¿EXISTE EL MASAJE PERFECTO? SI SE PARECE AL RITUAL DEL TÉ JAPONES, ENTONCES, SÍ
Cuando la historia de una película me atrapa, mis sentidos quedan totalmente secuestrados y fascinados durante toda la trama. Soy altamente impresionable. Por ejemplo, puedo emocionarme hasta las lágrimas con una escena o quedarme pensando durante días en una mirada significativa entre personajes. Pues eso fue lo que me pasó cuando vi por primera vez Karate Kid II. Ya era fan incondicional desde la primera entrega, pero esta vez la trama se traslada a Okinawa, Japón, porque el padre del Sr. Miyagi está gravemente enfermo y Daniel decide acompañarlo. En esta ocasión hay varios conflictos, mucho Kárate y por supuesto que no falte el enamoramiento.
"Soy altamente impresionable"
Hay una escena, que para mí es un momentazo, por lo profundo y simbólico que es y que
podéis dar por hecho que se quedó registrado en mi memoria. En ella, un adolescente Daniel
La Russo, está acompañado por Kumico, una joven de la que se estaba comenzando a
enamorar y quien le está enseñando el ritual tradicional del té japonés.
LA ESCENA…Están en un espacio pequeño y acogedor de una casa tradicional japonesa, con paredes de madera y paneles de papel. Dentro el ambiente es tranquilo y casi sagrado (como cualquier momento íntimo que se gesta entre dos personas) en cambio se puede ver como afuera está a punto de explotar un tifón; la música tradicional
japonesa es absolutamente perfecta para cautivarnos aún más, los movimientos que hace Kumico con sus manos son increíbles, todo se lo muestra a Daniel con una destreza que dibuja líneas en un pañuelo y que muestra una precisión absoluta cuando utiliza cualquier instrumento. La luz que entra es tenue, creando una atmosfera cálida y cercana.
Kumico, está sentada frente a Daniel, sobre un tatami (esterilla de paja tejida en el suelo). Ella está vestida con un Kimono, una prenda que, aunque sencilla, se percibe elegante y delicada. Sus movimientos son precisos y lentos, como si cada gesto tuviera un significado. Daniel, a su vez, la observa con atención, admiración y curiosidad. Aunque no entiende del todo lo que ocurre, se deja llevar por la solemnidad del momento.
Ella, finalmente comienza el ritual del té. Sus manos tocan y danzan de manera precisa y
suave con los utensilios: un tazón, una cucharita de bambú, y un pequeño batidor manual. Cada movimiento es deliberado, como si estuviera contando una historia sin palabras. El sonido del agua caliente vertiéndose en el tazón es sutil, pero presente, llenando el espacio con una sensación de calma.
Cuando Kumico termina de preparar el té, lo ofrece a Daniel con respeto. El recibe el tazón
con cuidado, claramente impresionado por la ceremonia y por ella. Este momento entre ellos no necesita de palabras; la ceremonia misma comunica respeto, atención y los primeros indicios de amor.
Al final, cuando Daniel bebe el té, lo hace con gratitud y seriedad. Es un instante en el que
ambos comparten algo profundo, un entendimiento que trasciende culturas y lenguajes. El
silencio entre ellos no es vacío, sino lleno de significado.
¡Fin de la escena! Bueno, luego se besaron y estalló el tifón, pero eso, no viene al caso.
¿Y SI TE DIGO QUE PARA MÍ ESTA ESCENA DESCRIBE PERFECTAMENTE MI DEFINICIÓN DE SER MASAJISTA?
Siento que ser masajista es ser Kumico haciendo
el ritual del té para Daniel Sam. Si lees entre líneas descubres que para mí ser masajista es algo más profundo que la aplicación y desarrollo de la mera técnica, tiene que ver más con: ¡Estar en absoluta presencia! construyendo la ruta que siento es la mejor para esa persona en ese momento, tratando de no tener movimientos apresurados, ni torpes, porque cada decisión que tomo con mis manos tiene un por qué, una intención y un cuidado.
Ser masajista es ser Kumiko
Daniel y Kumico hablan un lenguaje silencioso.
Ella no le pregunta a él, si le gusta el té o cómo lo
prefiere; en cambio sigue la tradición con la
confianza de que el ritual es suficiente para
transmitir lo que quiere compartir. En el masaje,
esto puede traducirse en una escucha profunda,
intuitiva y no verbal: sentir las tensiones del cuerpo, leer la respiración, percibir donde alguien necesita más o menos presión. Es una comunicación silenciosa y poderosa, es una conexión trascendental basada en confianza, respeto y entrega.
"El masaje es una escucha profunda, intuitiva y no verbal"
Todo ritual tiene un propósito, no es simplemente
“hacer algo”, es más bien un proceso que se va
diseñando cuidadosamente a tiempo real para
aportar bienestar, calma, solución, profundidad,
restauración y liberación. Es crear una secuencia,
contar una historia que busca desenredar,
desatascar, liberar, conectar y equilibrar los estados físico, emocional y mental, envolviéndolo en movimientos que hagan sentirse cuidado, entendido y ayudado.
Ser masajista es mostrar respeto por el otro:
Kumico se lo demuestra a Daniel a través de su
precisión, cuidado y enseñanza de la cultura de sus ancestros y Daniel se lo demuestra con su entrega y confianza en lo que estaba viendo y viviendo. El masajista debe mostrar respeto y ética por el cuerpo y las necesidades de la persona que recibe su masaje, tratándolo con el máximo cuidado y agradecimiento y esperar exactamente lo mismo.
"Es crear una secuencia, contar una historia que busca desenredar, liberar, conectar y equilibrar"
Este ritual del té es tan preciso, que lo convierte en sagrado, porque detrás hay un
conocimiento que debe ser custodiado. El espacio donde desarrollamos un masaje, debe
mostrarse y sentirse como un refugio seguro y tranquilo, para ello es necesario cuidar desde
* la música
* el aroma
* la temperatura de la sala y…
* la intimidad de la persona que está bajo nuestro cuidado
Si ves esta escena como la veo yo: como un reflejo de lo que significa ser masajista, estarás
capturando el corazón de esta profesión, además de una técnica, es un arte, un ritual y un
encuentro humano lleno de significado y una entrega de tu don y tu práctica, al servicio del
otro.
El corazón de esta profesión es técnica, arte, ritual y encuentro
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